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Pablo Guerra Casado
Da steppt der Bär(lin)
briefe aus deutschland Brief aus Berlin No 4
Erschienen: April 2004
Empfohlene Zitierweise:

Pablo Guerra Casado: Da steppt der Bär(lin). Brief aus Berlin No 4 (April 2004), in: g-daf-es <http://www.g-daf-es.net/lesen_und_sehen/briefe/pgc.htm>.

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En un pub (opto por la modalidad anglosajona ya que luego hablaré de bares en toda norma) de música cubana (no sé cómo me vi arrastrado a un bar de esos), la escasa música estaba al parecer demasiado alta y algún vecino poco comprensivo llamó a la policía (extraño, porque en la Oranienburgerstrasse hay más pubs que vecinos) y en menos de quince minutos habían llegado al local dos hombres vestidos de verde que conminaron a los camareros, con diplomacia de sonrisa de plástico, a que les enseñaran sus documentos de identificación y, en menos tiempo del que ellos necesitaron para llegar, los multaron por alterar la calle con su son de unos decibelios de más. Nos desalojaron, nos cerraron el bar y nos volvieron a conminar (¡fíjate tú qué majos!) a que nos fuéramos a casa. Pero la noche nos atrapaba, diría que por la agradable temperatura, pero era invierno en Berlín y se puede congelar pescado en el alféizar, así que con un frío insoportable de esos que apelmazan nariz y orejas nos dejamos convencer por uno de los músicos del local (el QBA) para ir al Donnerstag (jueves en alemán, es decir, un día de la semana y un bar sin licencia que por lo que averiguaríamos luego, sólo abre los jueves, de ahí su nombre). El trayecto, girando a la izquierda por la Augsburgerstrasse y luego recto hasta la Rosenthalerstrasse, estuvo plagado de mecagüenlaleches y hayquejoderses que se desvanecieron en cuanto vimos por dónde se accedía al Donnerstag. La entrada consiste en una puerta de hierro oxidada que da a un patio en donde alguien se dejó su coche viejo, una bañera vieja, neumáticos diseminados por todas partes y chatarra color tizón que antaño pudo ser cualquier cosa servible. De un agujero con escalones y barandilla de hierro igual de ajada por la pátina del tiempo salía una música árabe rapera y salsera de entre un montón de humo con olor a alegría y felicidad. Para entrar hay que agacharse, encorvarse con cuidado de no golpearse la cabeza con el techo bajo y descender los escalones hacia la tímida luz del fondo (esto es, llevarle la contraria a la parábola de Platón) y contemplar el espectáculo de trasnochados con gafas de sol, en su mayoría de todas las latitudes de países hispanohablantes. Un espectáculo de un sótano sin más calefacción que una vieja estufa de carbón que quema si la tocas, de ambiente de carnaval ya que ninguno allí es como normalmente aparenta por el día, o son más ellos que nunca, quién sabe, ese tipo de antros invita a la reflexión antropológica. Cuando a uno le dicen que hay bares que se llaman jueves, pues piensa que por qué no hay lunes, martes, miércoles o viernes, ¿no? Bueno, yo conozco un miércoles que está en Prenzlauer Berg y un viernes que está al lado del jueves (no es ningún chiste), el archiconocido Freitag's.

¿Qué piensa ser esto sino un popurrí de vivencias traducidas al lenguaje escrito? Lo intentaré manque pierda. Lo más complicado me pareció al principio, creí por un momento que debía contar una historia a la manera tradicional, de principio a fin, con un hilo argumentativo, pero nadie me dijo cómo ni qué hacer y creí conveniente escribir lo que se me pasara por la cabeza, un fluir de conciencia menos pulido. No creo que el orden en el cerebro esté de tal modo dispuesto que tengamos que contar las cosas con un principio y un final definido, y encima cerrado.

Estoy delante de lo que he escrito y me doy cuenta de que puede nevar en cualquier parte, y si digo que en Berlin no nieva como en los demás sitios, ¿podría ser cierto? Pues no, así que me voy a meter de lleno con lo que, desde mi punto de vista, de especial tiene Berlín. Después de muchas estúpidas preguntas entre las que se cuenta el porqué de mi amor a esta ciudad, pues yo, al igual que cuando respondía a la estúpida pregunta del porqué de mi elección de filología alemana (para mí normalmente no hay preguntas estúpidas, pero en este caso son preguntas a las que le valen cualquier tipo de respuesta con tal de saciar la sed de curiosidad) y respondía que me empezaron a gustar las lenguas extranjeras cuando leía los ingredientes en varios idiomas con sus banderitas en los paquetes de cereales o galletas, pues la primera cosa que respondí cuando me preguntaron por qué me gustaba Berlín fue que era la única ciudad que conocía donde en una de las estaciones de ferrocarril y metro más grandes de la ciudad, S+U Bahnhof Zoologischer Garten, olía a caca de camello. ¡Supérenlo! En efecto, cuando uno se apea del tren, mmm pongamos que de un buen ICE (Intercity Express, tren de alta velocidad, alta comodidad y altos precios), salva con diestra agilidad a los ineptos viajeros con sus vagas maletonas que se instalan en los andenes, baja por las escaleras mecánicas, a la derecha, pantallón con noticias, de frente puesto de frutas y zumos de ellas, Pizza Hut y montaditos de pescado y a la izquierda la salida, parada de taxis y autobuses y boca de metro, ¡a por ellos! Con una bofetada de aire frío y un olor extraño poco propio de estaciones europeas (en verano, con el bochorno, el olor es más pronunciado) uno se mete en la boca de metro o taxi o bus con una cara de quien chupa un limón acabado de levantarse, de extrañeza, de ¡Sielos, Leonsio!; pasa cien veces por la Hardenbergplatz, ve esto y aquello, intenta sospechar de dónde viene ese extraño olor dulzón penetrante de boñigas de burro que había en su pueblo cuando pequeño, pero nada, nada ve, y la nariz se le tupe cien veces más.

Punto de arranque escatológico: A ver si me aclaro. Fue a raíz de un viaje de inspección a la embajada de España para saber si sabían o tenían idea de lugares de encuentro de españoles en el extranjero, algo así como los centros galegos que hay repartidos por todo el mundo, y poder disfrutar de conversación en español con españoles (estas cosas que se le pasan a uno cuando está en el extranjero, ataques de nostalgia y cosas por el estilo). Fue cuando me dijeron con tono y ademanes diplomáticos y burocráticos que en Berlin no había esa clase asociaciones (!), y al salir, de repente me encontré con ese olor característico de la estación de Zoologischer Garten. Decidiendo disfrutar de la mañana nueva que se me presentaba después de semejante chasco, me puse a caminar en dirección a la estación del Zoo pero bordeando el río Spree que queda a la derecha saliendo de la embajada en un bonito paseo por sus márgenes. Eso sí, nada más salir de la embajada y percatarme del olor empalagoso y, cómo decirlo sutilmente... , de mierda (es que no hay otra), vi que justo pared con pared de la embajada se distinguían cabañas de paja y cáñamo, dos bueyes, pavos reales, gallinas tropicales (no sabría describirlas de otro modo), una cebra y diversos tipos de... de... faisanes, diría yo. Con lo que claro, allí, al lado de la embajada de España, parado con semejante espectáculo delante de mis narices (nunca mejor dicho) no pude sino empezar a desternillarme de risa preguntándome que quién carajo era el dueño de aquello, una granja en medio de Berlín, ¡pero en el mismísimo medio! Seguí hacia delante y de repente vi un asno de África central, albatros, pingüinos, hienas, un kasuvari (¿un qué? un ave tipo avestruz originaria de Papúa) y... dos enoormes e hirsutos camellos. En efecto, estaba bordeando la parte sin muro del parque zoológico. Había salido aquella mañana a buscar algo, no fue lo que quería en ese momento, pero desde luego creo que lo que encontré sació mi sed de curiosidad. Lo que más gracia me hizo, y me la hace cada vez que lo recuerdo, es que precisamente la embajada española (una embajada bien fea por cierto) está al lado. Siempre quise volver para preguntarles qué sentían al entrar a trabajar todos los días con ese olorcillo que ronda por ahí. No lo hice, no por vergüenza, sino más bien porque no hubiera podido parar de reírme.

Las calles de Berlín son tan anchas y grandes que dan vértigo pero en sentido horizontal. Hay una leyenda urbana que dice que las hicieron tan anchas para que en caso de accidente, como que algún edificio se cayera hacia delante (no sobre sus cimientos, ya que eso requiere un minucioso cálculo matemático y mucho trinitrotolueno) no obstaculizara el paso, pero créaselo usted si quiere. Si eso fuese verdad, ¡rayos y truenos!, significaría que los berlineses piensan que sus casas se van a caer de un momento a otro si vemos calles como la Karl-Marx-Allee o la Frankfurter Allee (inmensas calles construídas en la época comunista que exasperan al caminante). Y es una pena, porque de entre los amigos que tengo que estuvieron alguna vez en Berlin, la mayoría de ellos recuerda cuán aburridas eran esas calles, como si la catarata final, a lo marinero medieval, no llegase nunca. Hombre... a mí me parece que esas avenidas tienen su encanto y que reflejan una parte actual de la historia (reflejo siempre vivo en Berlin) en sus edificios (como toda ciudad, qué estupidez).

Está bien, Berlín no tiene un centro histórico hermoso y delicioso, ayayay qué monada (conservado), como lo pueden tener Lübeck o Aachen (Aquisgrán). Tiene ese Nikolaiviertel (o la Märkisches Ufer, mi rincón-paz), reconstruidísimo después de la 2ª Guerra Mundial (¿qué no está reconstruidísimo en Berlin?) que se supone que es la parte más antigua de Berlin y que para los amantes de esquinitas antiguas como las de Lübeck o Aachen, pues sí, menuda tomadura de pelo, ¿no? ¿Qué hace hermosas a las ciudades? No es una pregunta retórica, lo siento, yo no tengo la respuesta. Tal vez sólo le doy la vuelta al término, a todos los términos. Para mí hermoso es una impresión que dé que hablar, que reflexionar y que sobre todo al tenerla, al vivirla, la recordemos y queramos volver a sentirla, como la "Noche estrellada" de Vincent van Gogh, ¡cuántas veces la hemos visto y no nos cansamos de ella! Eso es para mí la hermosura y belleza de una ciudad, de una gran ciudad como lo es Berlín; no nos cansamos de ella, es imposible. Lectores, ustedes, alumnos casi todos de la universidad de Salamanca, ¿es Salamanca una ciudad tipo "Noche estrellada"? Aquí es donde se me lanzarán tomates, el momento en que digo que no, que no lo es, y no lo es porque no hay que referirse al casco antiguo, a la rana, al astronauta, a los pinchos, a la marcha de Gran Vía, sino a la vida de la ciudad en sí y no lo que está en torno a la universidad. La universidad crea un círculo hermético desde el que no se percibe que Salamanca sigue siendo un "viaje a la Alcarria" y Berlín (Berlín, ejem, como quien dice Londres o París, ya me saben por dónde voy) es un fluir constante de caras, colores, ruidos, esquinas mudas y pobladas de duendes, nubes color interrogación, y ese trasiego es el que confiere a las grandes ciudades su personalidad. Sonará a tópico lo del viaje a Europa, tal vez, pero en fin, yo no pretendo sino invitarlos a que vayan a Berlín y que se inspiren, o que sólo inspiren.




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letzte Aktualisierung: 4. April 2004
actualizada: 4 de abril de 2004